domingo, 19 de enero de 2020

Subversión de Joaquín, el intelectual orgánico




Es común encontrar en las librerías que los “best seller” son de autoayuda o son libros que cuentan historias fantásticas de magos y vampiros adolescentes, todos ellos de autores extranjeros. Al ver este fenómeno, suelo preguntarme ¿por qué ocurre este suceso, por qué no se lee literatura ecuatoriana? Según Carlos Arcos Cabrera (2005), la literatura ecuatoriana se encuentra en el olvido porque ni los medios de comunicación, ni la educación le han dado el espacio que se merece. En las instituciones educativas se sigue leyendo Huasipungo (novela ecuatoriana), desgarradora y necesaria obra, fundamental para entender a nuestro país desde la historia, sin embargo, no única para tratar de entender al país de los 1930, que lastimosamente, sigue siendo el país de los 2020. Además, el papel de la escuela como formador de lectores es nulo, profesores que no leen, tratan de incentivar a la lectura a sus estudiantes.  

Es muy popular la frase “la literatura te abre puertas a nuevos mundos”, la cual es muy cierta, pero ¿qué ocurre con la literatura que te abre los ojos a este mundo desangrado, injusto y violento? ¿la valoramos de igual manera que la literatura fantástica? ¿o no le prestamos atención porque esta literatura es chocante, es como un temblor, como el fuego al que muchos tememos?


Tratando de acercarme a una respuesta a la pregunta anterior, creo que no leemos (también) por miedo a la realidad. Jorge Enrique Adoum sentenciaba: “todos tenemos las piernas más o menos rotas por la comodidad, atadas por la costumbre, deformadas por el temor, inválidas por la complicidad con un sistema que rechazamos en nuestros momentos de lucidez, pero al que nos sometemos cada día” (2015, p.310). A pesar de saber que las cosas no marchan bien, nos acomodamos plácidamente en nuestra complacencia.




En nuestra historia hombres y mujeres han roto con esta sentencia, los obreros de las palabras. El ejercicio de ser obrero de las palabras es, sin duda, una de las mayores satisfacciones que un ser humano puede tener. Tomar cada una de esas palabras y darles sentido es un trabajo titánico, y más loable aún, cuando ese sentido viene cargado de consciencia de clase, cuando estas creaciones textuales sacan a la luz la realidad oculta, esa realidad que nos negamos a ver por nuestra ceguera selectiva a todo lo que nos sacuda de nuestro grande, placentero y viejo letargo.

Ellos son los intelectuales orgánicos[1], comprometidos, con consciencia social, que son escasos en nuestros tiempos, pero imprescindibles; y es que resulta mucho más cómodo estar sentado en un café o detrás de un escritorio escribiendo sobre temas que nunca se ha tocado vivido, se ha sufrido: pobreza, miseria, injusticia, etc. Pero ellos, los cómodos, nunca tendrán la suma tranquilidad de que su trabajo está completo, su empacho por comodidad siempre les recordará que hay algo que les faltó hacer y siempre mirarán para atrás, incómodos por todo el peso de la historia que no quisieron asumir.

Un intelectual orgánico que removió la literatura y el pensamiento político ecuatoriano fue Joaquín Gallegos Lara, nació con los pies deformes y nunca fue a la escuela, todo lo que él aprendió lo hizo al ser autodidacta. Vivió la masacre de los obreros, aquel fatídico 15 de noviembre de 1922. Militó activamente en el Partido Comunista del Ecuador, donde conoció a Nela Martínez, la que fuera su esposa.  


Jorge Enrique Adoum lo recuerda desde la militancia de esta forma, como un crítico de su partido, de sus camaradas:
Joaquín era el delincuente, porque opuso su certeza ideológica y su tenaz honestidad revolucionaria a la infantil creencia de que por un acuerdo tácito entre las partes podría suspenderse ante la guerra antifascista la lucha de clases. Entonces lo dejaron solo, porque iba contra la "línea" y se trató de hacer que nos apartáramos del renegado: pocos fuimos los que, tal vez, por nuestra juventud, no le tuvimos miedo a la lepra de la verdad que, desgraciadamente, no es muy contagiosa (2015, p. 307-308).
Y fue gracias a su visión amplia sobre la militancia y los acontecimientos políticos que lo llevo a escribir obras literarias de gran calibre: Las cruces sobre el agua y Los que se van, un libro que compartiría con otros grandes autores políticos de izquierda como Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert.



Precisamente es imprescindible hablar de este último libro, ya que resulta una obra clave para la literatura ecuatoriana. Es una obra que hace una auténtica revolución, pues da inicio al realismo social ecuatoriano. Este se centra en la defensa y visibilización de los pueblos, hasta ese entonces, marginados en Ecuador, les da voz propia y rompe con las estructuras propias de la literatura clásica.
Los que se van representa la irrupción del realismo y la tarea finalmente asumida por parte de los escritores de representar fielmente y criticar con agudeza el medio social injusto del país. Su carácter fundacional, por lo tanto, está dado por su valor literario diferencial y potencial social crítico (Gómez, 2013, p.533).

La obra recoge muy buenas críticas provenientes de intelectuales reconocidos ecuatorianos, así se expresa Miguel Donoso Pareja del libro: “Los tres de los que se van descolonizaban la lengua, la liberaban, y liberan también el tratamiento de lo sexual (…) llamaron pues, al pan pan y al vino vino. Nada de eufemismos” (1984, p. 77)       
Para situar el potencial de este libro debemos recurrir a una cita textual de él. Concretamente de uno de los cuentos de Joaquín Gallegos Lara, en el cual encontramos un relato desafiante sobre una pareja, el esposo mata al amante de la esposa, llega a la casa y entablan un encuentro sexual que ella nunca olvidaría:
Empujó la puerta junta…buscaba a tientas. Teniendo cuidado de no hacer ruido al pisar las cañas del piso.
Al fin llegó a la tarima donde dormían.
Tanteó encima. Ella estaba virada de lado. Para la pared. Tapada hasta la cintura con una frazada. En su mano topó la tersura de la nuca, se tendió a su lado, a lo lardo de ella, con la boca junto a su oído.
-        Chabela.
-        ¿Eres vos, Chombo? Mi has asustao…
Pasó su brazo bajo el cuerpo de ella. Le cogió por dentro de la camisa los senos en las palmas de las manos.
-        Aguajda- dijo ella quitando la frazada i dándole los labios al ponerse sobre la espalda.
Preguntaba:
-        ¿Cómo has llegao?
-        Dende que vendí la fruta
-        Mi había quedao dormida. Jué con vaciante ¿no?
El movimiento hacía sonar el piso. Las mentes se apagan de placer.
-        ¿Acabaste, mijito?
Le habló él sordamente. Estando aún enlazadas sus carnes desnudas.
-        Oye, Chabela… Voj eres una puta. Pior que una perra. Pero te quiero muchísimo. Por vos mei desgraciao… Por vos hei matao a Juan… Ar que me robaba esto…
La sintió saltar como lisa en atarraya. Al choque se desprendió el lazo de carne que los unía. El aliento caliente de ella se le vertió en la cara.

En definitiva, esta forma de escritura y el contenido de la misma fue subversiva para la época y destapó las problemáticas de los pueblos cholos y montubios. Por esta razón Joaquín Gallegos Lara y los escritores que lo acompañan son revolucionarios, intelectuales orgánicos, que aprendieron que el compromiso va de la mano con la militancia y el conocimiento. Joaquín gracias por brindarnos tu lucha a través de las palabras.







[1]Los intelectuales orgánicos no se limitan a describir la vida social de acuerdo a reglas científicas, sino más bien 'expresan', mediante el lenguaje de la cultura, las experiencias y el sentir que las masas no pueden articular por sí mismas. ¿a qué apunta el intelectual orgánico? Gramsci responde “[…] a buscar la relación entre la organización y las masas como una relación entre educadores y educados, que se invierte dinámicamente al papel de los intelectuales -en el seno del intelectual orgánico, la conquista y transformación de los aparatos del Estado- para crear las condiciones de esa nueva hegemonía y la transformación de la sociedad civil”.
La organicidad del intelectual se mide con la mayor o menor conexión que mantiene con el grupo social al cual se refiere: ellos operan, tanto en la sociedad civil – el conjunto de los organismos privados en los cuales se debaten y se difunden las ideologías necesarias para la adquisición del consenso que aparentemente surge espontáneamente de las grandes masas de la población a las decisiones del grupo social dominante – que en la sociedad política o estado, donde se ejercita el “dominio directo o de mando que se expresa en el Estado y en el gobierno jurídico”. Los intelectuales son algo así como “los apostadores del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del gobierno político”.



Referencias:          
Aguilera Malta, D., Gallegos Lara, J. y Gil Gilbert, E. (2016). Los que se van. Quito, Ecuador: Ariel.

Adoum, J. E. (2015). Entre Marx y una mujer desnuda. Bogotá, Colombia: Penguin Random House.

Arcos, C. (2005). La literatura invisible II. El búho, 3(13), 1-7. Recuperado de: http://www.flacso.org.ec/docs/literatura.pdf

Donoso Pareja, Miguel (1984). Los grandes de la década del 30. Quito, Ecuador: El Conejo.

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