Es
común encontrar en las librerías que los “best seller” son de autoayuda o son
libros que cuentan historias fantásticas de magos y vampiros adolescentes,
todos ellos de autores extranjeros. Al ver este fenómeno, suelo preguntarme
¿por qué ocurre este suceso, por qué no se lee literatura ecuatoriana? Según Carlos
Arcos Cabrera (2005), la literatura ecuatoriana se encuentra en el olvido
porque ni los medios de comunicación, ni la educación le han dado el espacio
que se merece. En las instituciones educativas se sigue leyendo Huasipungo
(novela ecuatoriana), desgarradora y necesaria obra, fundamental para entender
a nuestro país desde la historia, sin embargo, no única para tratar de entender
al país de los 1930, que lastimosamente, sigue siendo el país de los 2020. Además,
el papel de la escuela como formador de lectores es nulo, profesores que no
leen, tratan de incentivar a la lectura a sus estudiantes.
Es
muy popular la frase “la literatura te abre puertas a nuevos mundos”, la cual
es muy cierta, pero ¿qué ocurre con la literatura que te abre los ojos a este
mundo desangrado, injusto y violento? ¿la valoramos de igual manera que la
literatura fantástica? ¿o no le prestamos atención porque esta literatura es
chocante, es como un temblor, como el fuego al que muchos tememos?
Tratando
de acercarme a una respuesta a la pregunta anterior, creo que no leemos (también)
por miedo a la realidad. Jorge Enrique Adoum sentenciaba: “todos tenemos las
piernas más o menos rotas por la comodidad, atadas por la costumbre, deformadas
por el temor, inválidas por la complicidad con un sistema que rechazamos en
nuestros momentos de lucidez, pero al que nos sometemos cada día” (2015, p.310).
A pesar de saber que las cosas no marchan bien, nos acomodamos plácidamente en
nuestra complacencia.
En
nuestra historia hombres y mujeres han roto con esta sentencia, los obreros de
las palabras. El ejercicio de ser obrero de las palabras es, sin duda, una de
las mayores satisfacciones que un ser humano puede tener. Tomar cada una de
esas palabras y darles sentido es un trabajo titánico, y más loable aún, cuando
ese sentido viene cargado de consciencia de clase, cuando estas creaciones
textuales sacan a la luz la realidad oculta, esa realidad que nos negamos a ver
por nuestra ceguera selectiva a todo lo que nos sacuda de nuestro grande,
placentero y viejo letargo.
Ellos
son los intelectuales orgánicos,
comprometidos, con consciencia social, que son escasos en nuestros tiempos,
pero imprescindibles; y es que resulta mucho más cómodo estar sentado en un
café o detrás de un escritorio escribiendo sobre temas que nunca se ha tocado
vivido, se ha sufrido: pobreza, miseria, injusticia, etc. Pero ellos, los cómodos,
nunca tendrán la suma tranquilidad de que su trabajo está completo, su empacho
por comodidad siempre les recordará que hay algo que les faltó hacer y siempre
mirarán para atrás, incómodos por todo el peso de la historia que no quisieron
asumir.
Un intelectual orgánico que removió la literatura y el pensamiento político
ecuatoriano fue Joaquín Gallegos Lara, nació con los pies deformes y nunca fue
a la escuela, todo lo que él aprendió lo hizo al ser autodidacta. Vivió la
masacre de los obreros, aquel fatídico 15 de noviembre de 1922. Militó
activamente en el Partido Comunista del Ecuador, donde conoció a Nela Martínez,
la que fuera su esposa.
Jorge
Enrique Adoum lo recuerda desde la militancia de esta forma, como un crítico de
su partido, de sus camaradas:
Joaquín
era el delincuente, porque opuso su certeza ideológica y su tenaz honestidad revolucionaria
a la infantil creencia de que por un acuerdo tácito entre las partes podría
suspenderse ante la guerra antifascista la lucha de clases. Entonces lo dejaron
solo, porque iba contra la "línea" y se trató de hacer que nos
apartáramos del renegado: pocos fuimos los que, tal vez, por nuestra juventud,
no le tuvimos miedo a la lepra de la verdad que, desgraciadamente, no es muy
contagiosa (2015, p. 307-308).
Y
fue gracias a su visión amplia sobre la militancia y los acontecimientos
políticos que lo llevo a escribir obras literarias de gran calibre: Las cruces
sobre el agua y Los que se van, un libro que compartiría con otros grandes
autores políticos de izquierda como Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil
Gilbert.
Precisamente
es imprescindible hablar de este último libro, ya que resulta una obra clave
para la literatura ecuatoriana. Es una obra que hace una auténtica revolución,
pues da inicio al realismo social ecuatoriano. Este se centra en la defensa y
visibilización de los pueblos, hasta ese entonces, marginados en Ecuador, les
da voz propia y rompe con las estructuras propias de la literatura clásica.
Los
que se van representa la irrupción del realismo y la tarea finalmente asumida
por parte de los escritores de representar fielmente y criticar con agudeza el
medio social injusto del país. Su carácter fundacional, por lo tanto, está dado
por su valor literario diferencial y potencial social crítico (Gómez, 2013,
p.533).
La
obra recoge muy buenas críticas provenientes de intelectuales reconocidos
ecuatorianos, así se expresa Miguel Donoso Pareja del libro: “Los tres de los
que se van descolonizaban la lengua, la liberaban, y liberan también el
tratamiento de lo sexual (…) llamaron pues, al pan pan y al vino vino. Nada de
eufemismos” (1984, p. 77)
Para
situar el potencial de este libro debemos recurrir a una cita textual de él.
Concretamente de uno de los cuentos de Joaquín Gallegos Lara, en el cual
encontramos un relato desafiante sobre una pareja, el esposo mata al amante de
la esposa, llega a la casa y entablan un encuentro sexual que ella nunca
olvidaría:
Empujó
la puerta junta…buscaba a tientas. Teniendo cuidado de no hacer ruido al pisar
las cañas del piso.
Al
fin llegó a la tarima donde dormían.
Tanteó
encima. Ella estaba virada de lado. Para la pared. Tapada hasta la cintura con
una frazada. En su mano topó la tersura de la nuca, se tendió a su lado, a lo
lardo de ella, con la boca junto a su oído.
-
Chabela.
-
¿Eres vos, Chombo?
Mi has asustao…
Pasó su brazo bajo el cuerpo de ella. Le cogió por
dentro de la camisa los senos en las palmas de las manos.
-
Aguajda- dijo ella
quitando la frazada i dándole los labios al ponerse sobre la espalda.
Preguntaba:
-
¿Cómo has llegao?
-
Dende que vendí la
fruta
-
Mi había quedao
dormida. Jué con vaciante ¿no?
El movimiento hacía sonar el piso. Las mentes se
apagan de placer.
-
¿Acabaste, mijito?
Le habló él sordamente. Estando aún enlazadas sus
carnes desnudas.
-
Oye, Chabela… Voj
eres una puta. Pior que una perra. Pero te quiero muchísimo. Por vos mei
desgraciao… Por vos hei matao a Juan… Ar que me robaba esto…
La sintió saltar como lisa en atarraya. Al choque se
desprendió el lazo de carne que los unía. El aliento caliente de ella se le
vertió en la cara.
En
definitiva, esta forma de escritura y el contenido de la misma fue subversiva
para la época y destapó las problemáticas de los pueblos cholos y montubios.
Por esta razón Joaquín Gallegos Lara y los escritores que lo acompañan son
revolucionarios, intelectuales orgánicos, que aprendieron que el compromiso va
de la mano con la militancia y el conocimiento. Joaquín gracias por brindarnos
tu lucha a través de las palabras.
Referencias:
Aguilera Malta, D., Gallegos Lara, J. y Gil Gilbert, E. (2016). Los que se van. Quito, Ecuador: Ariel.
Adoum, J. E. (2015). Entre Marx y una mujer desnuda. Bogotá, Colombia: Penguin Random House.
Arcos, C. (2005). La literatura invisible II. El búho, 3(13), 1-7. Recuperado de: http://www.flacso.org.ec/docs/literatura.pdf
Donoso Pareja, Miguel (1984). Los grandes de la década del 30. Quito, Ecuador: El Conejo.